La
universidad se identifica con progreso. Tener una universidad en un territorio
permite una masa crítica de académicos que posibilita una actividad científica
e investigadora de la que se esperan dos grandes outputs: personas bien
formadas y un conocimiento capaz de impulsar mayor actividad económica. Muchas
regiones han hecho grandes esfuerzos para disponer de universidades que debían
actuar como detonante de su desarrollo a modo de espejismo de su Silicon Valley
particular. Se trataba de copiar la triple hélice: una universidad, unas
empresas y una administración por la labor. Con estos ingredientes el
desarrollo territorial parecía imparable. El paso de los años arroja, en muchos
de estos territorios que vivieron el espejismo de desarrollo gracias a la universidad,
resultados muy discretos.
En
la mayoría de casos la Universidad quiso reproducir un modelo generalista,
fundamentado en docencia de calidad e investigación de excelencia. Era como si
con poner los adjetivos las cosas ya fueran verdad. Pero la realidad era algo
más contenida que los adjetivos. Al final la mayoría de las universidades no
resistían ninguna comparativa seria de resultados, a menudo por una gestión de
talento que concebía el talento local como talento universal. La verdad es que
estas universidades sirvieron para fijar personas competentes en el territorio
y en muchos casos dinamizaron ciudades muy ensimismadas. La universidad dio un
resultado positivo en términos de formación regional pero no supuso la palanca
para transformar las propias regiones desde una óptica de desarrollo.
Poner
juntos universidad, empresa y una administración por la labor, daba menos
resultados de los esperados. No todas empresas saben como valorizar
conocimiento externo ni todas son líderes en innovación. Ni todas las
administraciones tenían más criterio que el poder inaugurar edificios y añadir
listas de titulaciones a sus ciudades.
Existían los ingredientes, pero la receta no funcionaba. Al final, emergía una gran falta de talento emprendedor
dentro y fuera de las universidades y de muchas empresas como la causa de que
los resultados de desarrollo fueran menores. Que exista una universidad no es
sinónimo de talento emprendedor igual que tener empresas no supone que éstas
sean innovadoras. Las universidades, las empresas y las administraciones
estaban una al lado de la otra pero todas miraban por su cuenta, no conseguían
cruzar sus miradas en proyectos prolíficos.
Las
universidades que habían empezado siendo el gran espejismo de desarrollo
territorial se convirtieron en pocos años en un espejo de los límites del
desarrollo territorial. Algo más profundo que hacer edificios y acumular
titulaciones aparecía en el horizonte como el gran reto: cambiar la cultura
emprendedora de los territorios es más complejo que poner juntas universidades
– empresas y administraciones. Se trataba de que gente del territorio
arriesgara de su bolsillo para poner en marcha proyectos y empresas que
pudieran competir seriamente en mercados globales. Y esta gente no se crea con
subvenciones. Hay algo de cultural, algo asociado al talento emprendedor, a la
capacidad de definir liderazgos realmente transformadores, que cuesta mucho de
impulsar solamente con subvenciones. Se trata de cambiar valores, de crear un
nuevo esquema de reconocimiento social, de tener identificadores de
oportunidades, de tener capacidad de riesgo y de compromiso. Las subvenciones
creaban discursos pero daban resultados escasos.
Las
universidades nunca hacen daño en un territorio, es obvio, forman gente, mueven
conocimiento. Dejan por lo habitual una resultante muy positiva. Pero
difícilmente, por sí solas, son el detonante de desarrollos territoriales
notables. Hace falta algo más. Básicamente desplegar una masa crítica de
talento emprendedor, comprometida y con capacidad de arriesgar sus propios
recursos. De ahí la enorme dificultad de las políticas públicas de desarrollo
territorial. Trascender tópicos, evitar el copiar y pegar. Pensar en los activos reales y centrarlas en cómo activar la palanca de desarrollo desde el talento
emprendedor.
(la imagen pertenece a una obra de Antonello da Messina)
Comentarios
Este tema merecería un estudio o investigación más profunda, que analice con rigor las externalidades y el impacto neto de las universidades en su ecosistema territorial, pero integrando muchos más datos ("intangibles") además de generación de empleo. Es algo que está por hacerse en España y que sí se ha hecho en USA, y algunos hubs europeos.
Que tengas muy buen año 2013 !
Xavier
Vivo en Argentina, y desde hace un par de décadas veo desarrollarse un fenómeno, la creación de Universidades "Municipales" (desconozco cómo lo llamáis vosotros, la estructura administrativa en mi país es nación-provincia-municipio).
Estas universidades, muchas de las cuales son además de presenciales, virtuales, suelen tener orientaciones humanistas (ciencias sociales, historia, administración), se constituyen en núcleos de educación terciaria y universitaria, y suelen tener vinculación sustantiva con las empresas de la zona.
Mi percepción es que este esquema empodera a la comunidad, desde luego que con los tiempos que se corresponden con cambios culturales.
Un abrazo fraterno desde los alrededores de Buenos Aires,
La actividad de la universidad no está concebida, únicamente como pista de despegue para que sus docentes e investigadores logren sus progresos personales. Y sí para la capacitación competencial de sus estudiantes y obtener como resultados de sus investigaciones crear riqueza territorial y como consecuencia nacional.
Sin llegar al avanzado paradigma de USA, aquí en Europa en Trento tenemos un excelente ejemplo de su ecosistema de innovación por tamaño y modo replicable en algunos territorios de nuestro País.
Xavier, Feliz 2013… no dejes de motivarnos con tus puntualizaciones que nos despierten el “alma dormida…!”